Imagina hacer una pausa en tu día a día, quedarte en casa y tener más tiempo del que jamás hayas soñado para dedicártelo a ti mismo. Imagina, también, que gran parte de ese tiempo lo usaras para leer. Podrías, seguramente, darle un buen bocado a la pila de libros pendientes. Sin duda, muchos se sentirán identificados con este escenario gracias al confinamiento que hemos vivido a causa del COVID-19. Se las han ingeniado para organizarse bien y han cocinado toda clase de platos, han leído como nunca e incluso han aprendido chino mandarín. Sin embargo, en el extremo opuesto, encontramos una situación tan habitual como esta, o incluso más. No han sido pocas las personas que en los últimos meses se han sentido bloqueadas en mayor o menor medida y, por supuesto, esto ha afectado a la lectura. «Tengo tiempo, pero no consigo leer» ha sido el lugar común de muchos de los lectores que han experimentado este bloqueo.

Para aquellos que están acostumbrados a leer, que encuentran en la lectura una forma de sanación y de estar en paz consigo mismos, no poder recurrir a este bálsamo, no ha hecho sino incrementar el estrés y la frustración que ya de por sí la situación nos ha producido. Es cierto que no poder leer, dada la magnitud de la tragedia, no es una gran pérdida, pero es una pérdida al fin y al cabo y entender por qué nos ha pasado puede ayudarnos a gestionarla.

Uno de los principales motivos por los que muchas personas han sido incapaces de leer o de hacer cualquier actividad que implicase un mínimo de concentración ha sido la ansiedad generada por la nueva realidad. La ansiedad puede manifestarse de formas muy distintas: dificultad para recordar cosas, inconstancia para mantenerse en una misma actividad, exceso de pensamientos negativos, sensación de que el tiempo se acelera y de que las horas pasan muy rápidas sin darnos lugar a hacer nada, etc. Pero todas estas manifestaciones repercuten, al fin y al cabo, en la falta de concentración.

Para empezar hay que decir que la ansiedad en sí no deja de ser algo relativamente normal, que todos hemos sentido alguna vez y que, en su justa medida, incluso es útil, porque nos permite estar alerta y nos ayuda a evitar posibles peligros. El problema surge cuando esa ansiedad es tan alta y tan frecuente que no nos deja hacer las cosas con normalidad, que nos dificulta para concentrarnos o para dormir. A partir de ese momento deja de cumplir su función adaptativa y pasa a considerarse algo patológico.

Por otra parte, es necesario distinguir la ansiedad del miedo, que es una emoción más definida porque se sabe cuándo acaba y cuándo termina. Por ejemplo, si a alguien que le tiene miedo a las arañas se le pone una por delante, experimentará miedo, pero dejará de sentirlo en cuanto esta desaparezca. La ansiedad, en cambio, es pura incertidumbre. No se sabe ni cuándo empieza ni cuándo acaba. Es como si a alguien que le tiene miedo a las arañas le dijeras que hay una muy cerca pero aunque supiera que está ahí no pudiera verla. Desde un punto de vista neurobiológico, ambas emociones son procesadas en distintas partes del cerebro y se puede pasar de una a otra indistintamente, e incluso pueden darse al mismo tiempo.

Lo que nos lleva a la situación actual. La pandemia es el escenario de la incertidumbre absoluta. Es algo que no se sabe cuándo va a acabar, que existe pero que no se puede ver y que por tanto ha hecho que todo lo que nos rodea se convierta potencialmente en un peligro, desde los pomos de las puertas hasta nuestros seres queridos más cercanos. Al mismo tiempo es algo incontrolable, porque no se puede prever ni evitar que, por ejemplo, mientras se camina por la calle alguien se acerque más de lo permitido. Para intentar gestionar esa incertidumbre mucha gente ha echado mano de Internet, tratando de buscar información, pero no es solo que todavía no haya una solución en forma de vacuna, es que lo que se va sabiendo es con cuentagotas y, a menudo, los datos son contradictorios. De esta manera, al no encontrar respuestas, lo que se hace para intentar reducir la ansiedad tiene precisamente el efecto contrario: aumentarla.

¿Por qué la gente tiene dificultad para hacer actividades que impliquen concentración, entre ellas leer? Porque se está intentando resolver una incertidumbre que en estos momentos es irresoluble. Así que si en las últimas semanas has tenido la oportunidad de leer como nunca, o de hacer actividades similares, y no lo has hecho, trata de no sentirte culpable, porque lo único que consigues es añadir más leña al fuego de la ansiedad. Ten paciencia y no te fuerces a leer solo porque tienes tiempo ni te sientas mal porque cuando no tenías tiempo sentías un montón de ganas de leer. A medida que la situación se vaya controlando y poco a poco vaya desapareciendo esa incertidumbre verás cómo vuelves a ser capaz de leer como lo hacías antes de la pandemia. Al fin y al cabo, la pila de libros pendientes va a seguir ahí cuando todo esto acabe.

FUENTE: LA PIEDRA DE SÍSIFO