Hace unos meses, esperé pacientemente a que me llegase a casa la edición de un libro raro, uno de esos que no se publican con un alcance muy amplio. Era la edición en facsímil de otro libro raro de hacía cien años, que contaba la historia de dos bibliófilos sevillanos que había sido arrastrados en una broma por hacerse con una rareza bibliográfica. El libro no fue una gran lectura, especialmente porque lo que yo esperaba era escándalo. En otro libro había leído que esos dos bibliófilos sevillanos se habían arruinado por culpa de su pasión por los libros raros.
La historia original es la de dos hermanos gemelos bibliófilos, nobles sevillanos (uno era un duque, otro un marqués), que en la España de la Restauración se entregaron a la pasión de la compra de libros. Tuvieron bibliotecas impresionantes y las acabaron vendiendo uno a una institución estadounidense y otro poco a poco (aunque no he encontrado ninguna historia sobre su ruina en la red, así que quizás no fuese por esas razones).
Pero sea como sea los dos son un ejemplo de una pasión frenética que hubo en el siglo XIX, la de hacerse con libros raros y la de comprarlos con entusiasmo. En la España del XIX circulaban además libros de viejo muy interesantes para los bibliófilos, ya que el mercado había asumido volúmenes gracias a los procesos de desamortización y a que los cambios sociales hacían que los ricos del pasado ya no necesariamente lo fuesen más y vender los libros de la familia era una manera de acceder a fondos.
La pasión por los libros no es nueva, pero tuvo su momento de apogeo en el XIX. En 1809, un médico británico se inventó el término bibliomanía en un poema humorístico sobre un amigo. Básicamente, era una forma brutal de tsundoku. Eso sí, quienes sufrían de bibliomanía iban mucho más allá de simplemente no resistirse y comprar un libro más cuando pasaban por delante de una librería. Su pasión por los libros tenía trazos enfermizos (o eso se decía).
Y, como explican en la BBC, era considerado realmente una enfermedad, que afligía a quienes la tenían y les llevaba a cometer locuras para hacerse con más y más libros. Alois Pichler, el bibliotecario de la Biblioteca Pública Imperial en San Petersburgo, acabó siendo juzgado en 1871 cuando se descubrió que había robado 4.500 libros de la biblioteca. Lo mandaron a Siberia, pero sus abogados defensores alegaron que sufría bibliomanía. Como recogen en la BBC, la definieron como una «condición mental peculiar, una manía no en el sentido legal o médico, sino en el sentido ordinario de una pasión violenta, irresistible e inconquistable».
Sus víctimas, hombres de clase alta y con ciertos recursos, se desvivían por hacerse con ediciones especiales, títulos raros y primeras ediciones, compitiendo entre ellos por hacerse con el libro del momento y gastaban cantidades ingentes para hacerse con ellos. Todos ellos intentaban acumular las mayores bibliotecas posibles y las más grandiosas.