Cada día se editan en España se fabrican unos 621.000 libros. Durante las mismas 24 horas, se venden unos 421.000. Estos datos, recogidos en el informe «El sector del libro en España» son el retrato de un problema con dos orígenes. «Por un lado, tenemos una clara carencia de lectores. Por otro, el mundo editorial está casi en modelos de autoempleo y es imposible absorber lo que se edita», explica Fernando Valverde, del Gremio de Libreros de Madrid.
En 2004, España asistió a la edición de 310 millones de libros. Los 237 millones de ejemplares vendidos en este año -un 76,3% de la producción- fueron el último gran éxito de esta industria que ya estaba en apuros. «El tema de las devoluciones y los libros invendidos es el problema más grave que tenemos desde hace mucho tiempo y no se ha conseguido corregir», asegura Valverde.
Los intentos de poner fin a esta brecha están bien documentados en múltiples planes de fomento de la lectura y se pueden apreciar en las tiradas menguantes de las editoriales. Pero ni unos ni otras han logrado evitar que 2015 dejara atrás 70 millones de ejemplares editados casi en vano: un 31% de la producción de ese año, según los datos del informe «El sector del libro en España».
¿A dónde van los libros que nadie lee? De vuelta a la editorial. «Todo eso se va sacando en los años sucesivos, por la vía de la exportación, en el segundo mercado… Y después están los que se destruyen», explica Antonio María Ávila, de la Federación de Gremios de Editores de España. La reducción que las tiradas han venido experimentando en los últimos años está siendo posible, según Ávila, gracias a nuevas técnicas de producción que permiten ajustar mejor producción y demanda. «Lo normal es que los editores medianos tiren justo lo que creen que van a vender. Eso antes era imposible porque tenían que tirar 2.000 para que el precio fuera razonable. ¿Que hay éxito? Pues se van pidiendo más, con lo cual, el almacenamiento casi deja de existir. Esta brecha es un fenómeno que va a ir desapareciendo», explica.
Pero su optimismo contrasta con la preocupación del resto de una cadena que completarían distribuidores y libreros. «La brecha no se está rebajando. El volumen de oferta es brutal y la demanda, muy pequeña», resume Valverde. «Esto nos perjudica a todos por igual. No se vende porque no hay lectores. Y se nos va mucho dinero en las idas y vueltas». Los únicos beneficiados, los transportistas. Ni siquiera las distribuidoras, que tienen que encargarse del envío, almacenaje y gestión, logran beneficiarse de hacer este trabajo por duplicado, pues su retribución depende de los ejemplares vendidos.
«Esto es como tener una carretera que no amplías y cada vez más coches para circular sobre ella. Muchos de ellos tendrán que echarse para atrás», razona José Manuel Anta, de la Federación de Asociaciones Nacionales de Distribuidores de Ediciones. En un contexto donde las barreras de entrada al mundo editorial son cada vez menores, caen las tiradas pero aumenta el número de títulos que llegan a un mercado donde hay menos espacio para presentar los libros: se reduce el número de librerías, otros puntos de venta no quieren tanta variedad de títulos… «Crece la presión y se estrecha el canal», resume Anta.
El segundo mercado
La alternativa más sencilla para los invendidos es entrar en el circuito de saldos. Se reajusta el precio del libro y se devuelve al mercado con la esperanza de que, esta vez sí, encuentre el camino al lector. Aunque Ávila, del gremio de editores, considera que este mercado debería estar más integrado en España, Valverde confiesa que los libreros lo miran con recelo: «Esto es un estorbo. Solo las librerías de mayor tamaño pueden alimentar una sección de saldos, que además, según la ley tiene que estar perfectamente diferenciada».
La carne para saldo está según Valverde la sobreproducción de las grandes compañías. «Cuando te asomas esto, te das cuenta de la cantidad de libros innecesarios que se editan. En los catálogos son todos excelentes, han vendido mucho en el extranjero… Castañas», critica. La vida útil de las novedades literarias es, en definitiva, corta. En el mejor de los casos, los bestsellers no vendidos se devuelven a los seis meses para hacer sitio a una nueva oleada de súperventas. Si el objetivo de la librería es estar a la última en todo, la estancia no llega al mes. «Además, esos libros a bajo precio acaban evitando la venta de un libro nuevo, porque no hay demanda para más», añade Valverde.
Falta de comunicación
Anta añade un factor más al diagnóstico de los males responsables de la persistencia del problema de los libros invendidos: la gestión de la información previa a la venta. Este sistema es el que, en su opinión, permite que otros países hayan reducido esta brecha a un 10% del total editado y se basa en comunicación y planificación. Meses antes de que el libro esté en la calle, distribuidores y libreros saben qué se va a lanzar, con qué contenidos, cuál es la planificación de títulos, las fechas previstas… Así cuentan con información suficiente para hacer sus solicitudes y el editor tiene a su alcance una demanda estimada. «Esto permite ajustar tiradas y optimiza la comercialización, pero aunque hemos dado algunos pasos importantes en este sentido, aún tenemos mucho camino que recorrer», se lamenta.
En 2013, el Gremio de Libreros de Madrid estimó el porcentaje de devoluciones realizadas por las librerías españolas en un 32,8% sobre el total de ejemplares recibidos. Este fenómeno, retratado en la última edición del Sistema de Indicadores Económicos y de Gestión de la Librería en España, afectaba entonces con mayor intensidad a las librerías de menor tamaño, que acababan devolviendo un 40,8% de sus pedidos y se suavizaba conforme aumentaba la envergadura del comercio, quedando en un 24,3% en las de mayores dimensiones.
Según Anta y Ávila, la solución pasa por implementar el modelo de impresión bajo demanda. «En lugar de inundar el canal con libros y esperar a ver cuando se vende. El libro se imprime en función de los pedidos de librerías o compradores. Ahora mismo sería factible hacer esta impresión ejemplar a ejemplar y a precios competitivos. Es necesario que las editoriales apuesten por esto». La impresión en estos términos eliminaría los costes del almacenaje, la necesidad de colgar el descorazonador cartel «agotado» y las devoluciones. Valverde, por su parte, no olvida a los lectores. «Hay editores que están haciendo cosas estupendas. Pero por muy bonitos que sean los libros, no es posible crecer si no crece la demanda».
Fuente: bez