Puede parecer el argumento de una novela de misterio, pero es una historia real. Y una que ha mantenido al mundillo literario con la mosca detrás de la oreja durante años: un ciberdelincuente estaba robando los manuscritos de autores de todo tipo –desde los más famosos a quienes estaban empezando– pero nadie tenía muy claro por qué lo estaba haciendo. Tras el robo, ni los manuscritos afloraban en la dark web ni se hacían peticiones económicas.

La historia arranca para el público hace ya un año. A finales de 2020, The New York Times publicaba la sorprendente trama. La industria literaria estaba siendo la protagonista de un ataque de phishing. Los cibercriminales se hacían pasar por representantes de diferentes editoriales (editoriales que sus víctimas conocían) de una manera muy realista, tanto que sus víctimas respondían y mandaban los manuscritos de sus obras.

Editores, agentes o escritores eran sus objetivos. Margaret Atwood o Ian McEwan habían sido algunos de los nombres de primer nivel a por los que habían ido los cibercriminales, pero lo que sorprendía a la industria era que el ataque era un tanto general. Escritores menos populares también habían sido segmentados.

Entonces, se sabían dos cosas. Una era la de que no se entendía muy bien qué esperaba hacer el ciberdelincuente con las obras, porque una vez robadas no se volvía a saber nada del caso. Otra era que quien estaba detrás del timo tenía que ser alguien de la industria literaria, porque usaba el lenguaje del mundillo y estaba al tanto de todos sus movimientos. El misterio de los manuscritos robados se convertía así en un fascinante misterio real.

El misterio tardó un año en ser solucionado, después de años sacudiendo el mundillo (el Times recoge que la trama operó durante cinco o más años). No lo hizo ningún detective literario, sino el FBI. Filippo Bernardini, que trabaja para Simon & Schuster en Reino Unido como coordinador de derechos, ha sido detenido como presunto autor del fraude. La editorial en la que trabaja se ha desmarcado de la situación y uno de sus portavoces ha señalado a la prensa estadounidense que están «shockeados y horrorizados».

Pero ¿por qué Bernardini habría (supuestamente) realizado todo este esfuerzo para robar manuscritos que luego no podía utilizar? La clave podría estar en los datos: accediendo a toda esa información sería capaz de saber qué se estaba cociendo en el mundillo literario en tiempo real.

«Lo que ha estado robando es básicamente una inmensa cantidad de información que cualquier editor en cualquier lugar podría usar para su beneficio», le dice al Times Kelly Farber, una ojeadora literaria. Y, como recoge The Guardian, antes de que se detuviese a Filippo Bernardini la industria ya teorizaba con que detrás de todos esos robos estaba un clásico, el del espionaje industrial (aunque quizás, señala con humor su columnista, Stephanie Merritt, Bernardini solo quería leer las historias).

FUENTE: LIBROPATAS