
En La piedra de Sísifo hemos planteado en numerosas ocasiones la confrontación entre la lectura digital y la analógica. Se han hecho infinidad de estudios que analizan y comparan ambas formas de leer con multitud de variables. Aunque en muchos de esos estudios es el libro de papel el que sale mejor parado (puedes ver ejemplos aquí, aquí, aquí o aquí), nunca nos hemos llegado a decantar definitivamente por uno o por otro, sino que hemos mostrado una postura más ecléctica, adaptada a las necesidades de cada momento. De lo que no cabe ninguna duda es que, para bien o para mal, la lectura digital ha cambiado la forma en la que nos acercamos a los libros.
Ya a principios de la década de los noventa existían estudios, según la publicación The Scientific American, que afirmaban que la lectura en una pantalla era «más lenta, con menos precisión y de forma menos completa» que cuando se hacía en papel. Una idea que se vio reforzada con estudios posteriores. Por ejemplo, por uno en el que se concluía que los niños disfrutan más con libros impresos, a pesar del atractivo que tienen las pantallas. Así mismo, los padres confirmaron que los niños estaban más atentos con libros impresos. Otro estudio, esta vez noruego, mostró que los que leían libros impresos tenían puntuaciones más altas en cuestionarios de comprensión frente a los que lo hacían en pantallas.
Estas conclusiones se repiten en lectores adultos, como demuestra un estudio de 2014, en el que los lectores demostraban retener más detalles de la trama cuando leían en papel frente a la lectura digital. Además, cuando leían en pantallas los sujetos necesitaban leer algo varias veces para comprenderlo al mismo nivel que los lectores de papel impreso. Por su parte, la Universidad de Stavanger, en Noruega, realizó un estudio en el que cincuenta personas leían el mismo cuento, la mitad en pantalla y la otra mitad en papel. Una vez más, los que leían en papel demostraron tener un mayor dominio de la coherencia narrativa y una mayor empatía. Según PRI, «usamos diferentes partes del cerebro cuando leemos en papel y en pantalla, pero cuanto más se lee en pantalla, más se enfoca la mente hacia una lectura no lineal, más parecido a hojear que a una lectura profunda. Y no sería esta la única desventaja: el New York Times estima que al leer en pantalla la lectura es entre un veinte y un treinta por ciento más lenta.

Imagen vía Pixabay.
Ahora bien, ¿a qué se debe que, aparentemente, leer en digital hace que recordemos menos lo que leemos o que necesitemos releer para comprender mejor? Muchos lo achacan a la fatiga digital que producen las pantallas, aunque también los hay quienes aluden a la importancia de los libros como entidad física. No es solo su materialidad, es que en papel es más fácil volver atrás, a determinadas líneas o pasajes, que en digital. Según algunos estudios, cuando intentamos ubicar un fragmento de texto en un libro, es más fácil echar mano del lugar donde apareció, su ubicación dentro de la página o de una secuencia de páginas, algo que en las versiones digitales no es posible. Esto hace que recuperar una información en libros impresos sea más fácil que en digital. Es más, no es raro que los que leen en digital sean menos conscientes de la longitud de lo que leen.
¿Significa eso que la lectura en papel gana siempre a la digital? No necesariamente. Existe un estudio en el que se demostraba que los estudiantes de secundaria que leían en digital lo hacían más rápido y tenían puntuaciones de comprensión iguales a los que leían en papel. Y también hay uno en el que se analiza la lectura que hacen las madres a niños pequeños en digital y en papel, llegando a la conclusión de que aunque la calidez y la postura es más cercana con los libros físicos, no hay mayores diferencias entre uno y otro. Aunque donde parecen llevar ventaja los libros digitales es en niños que tienen problemas de aprendizaje. También se ha estudiado que los alumnos con dislexia tienen más dificultades al leer libros impresos. En un estudio de 2013, por ejemplo, se llegó a la conclusión de que las personas con dislexia leen de manera más eficiente en libros digitales.
De la misma forma, también parece llevar ventaja el formato digital cuando se trata de aprender idiomas. Una de las grandes ventajas es que los dispositivos electrónicos permiten no tener que interrumpir la lectura ni tener que apartar la vista de la pantalla, a diferencia del esfuerzo que antiguamente suponía pararse para buscar cada palabra que no se conociera en el diccionario.
Tal vez parezca que la balanza se incline del lado de los libros en papel, pero si nos ponemos a comparar ambos formatos con detenimiento descubriremos que en realidad cada uno de ellos tiene sus ventajas y se adapta mejor a un determinado tipo de lectura y a unas circunstancias. Lo que está claro es que los libros digitales no son una moda pasajera, sino que es algo que ha llegado para quedarse y que su irrupción ha supuesto un cambio radical en en la manera en la que leemos. Lo que está claro también, a estas alturas, es que los libros impresos no van a ser desbancados por los digitales y que ambos formatos tendrán que convivir, aunque evidentemente podamos decantarnos por uno o por otro. ¿Por qué, entonces, no compaginar ambas formas de lectura para aprovechar el potencial que tiene cada formato?