
Hace un par de años, en lugar de hacer la clásica lista de los mejores libros del año hice una de los mejores libros del año que no había leído. Era, básicamente, una recopilación de todos aquellos libros que me habían llamado poderosamente la atención o que incluso había decidido que iba a leer y que no había hecho.
En la lista estaban libros que ni siquiera había llegado a comprar, aunque posiblemente todos los años podría hacer el mismo tipo de listado con todos los libros que compré y que nunca leí.
Por esas fechas, de hecho, descubrí que las pilas de libros por leer que iba haciendo me estaban generando ansiedad. Oculté todos esos libros en bolsas de Mercadona (pero luego llegó la pandemia y las desmonté) e hice propósitos de enmienda. Nunca llegué a curarme (ahora mismo, mi sala está llena de pilas y más pilas de libros, algunas por cuestiones de trabajo y otras de libros que he comprado por ‘vicio’ y que no han sido leídos) y no creo que lo consiga nunca.
Durante las últimas vacaciones, en agosto, decidí que no iba a tocar el ordenador y que no iba a leer ni un solo libro que tuviese que ver con trabajo. Acabé leyendo novelas y ensayos que llevaban, en muchos casos, tiempo y tiempo acumulando polvo en mis estanterías. Es un poco vergonzoso reconocerlo, pero leí al hilo de todo lo que estaba pasando en Afganistán Afganistán: Crónica de una ficción, de Mònica Bernabé. Lo había comprado en 2012, ha hecho ya ¡tres! mudanzas conmigo y tiene las páginas ya amarillas.
Muchos de esos libros que leí en agosto los disfruté mucho. En el momento en el que los compré acabaron siendo eclipsados por libros que tenía que leer “para ya” por trabajo y por novedades emocionantes que acaban de llegar al mercado y que quería leer. Se les pasó el momento y acabaron un poco traspapelados, desplazados incluso por los libros que releo.
Pero eso me llevó a reflexionar y a llegar a la conclusión de que debía escribir una carta de amor a los libros de fondo. Deberíamos dejar de sentirnos tan atadas a las novedades literarias y a leer todo lo que ‘mola’ en el momento, para reconciliarnos con leer aquello que lleva ya algún tiempo en las estanterías. De hecho, recuperar el amor por los libros de fondo nos permite también reivindicar las librerías de siempre, las de fondo, esas que siguen teniendo los libros que se publicaron hace dos o cinco años sin tener que pasar por el “lo pedimos al almacén”.
¿Por qué amar la lectura de fondo? En primer lugar, porque los libros no son elementos con fecha de caducidad. Puede que algunos textos que están muy pegados a la actualidad necesiten un cierto refresco o que los completes con alguna lectura posterior, pero en general un libro no deja de ser relevante o interesante – y más claro queda cuando hablamos de novelas – porque se haya desplazado de la mesa de novedades.
En segundo lugar, porque toda la presión por lo nuevo hace que los libros pasen muy poco tiempo como novedades. El ciclo de tiempo que tiene un libro para llegar, posicionarse en la mesa de las novedades destacadas (si es que lo logra) y captarnos como lectores es muy reducido.
Y, finalmente, porque la presión por seguir el ritmo de las novedades es bastante agotadora y abrumadora. Si sigues las novedades literarias de un modo profesional y estás recibiendo todo el tiempo impactos de libros que querrías leer o deberías leer, de cosas sobre las que deberías escribir, resulta un tanto agobiante, porque es imposible atender a todo y frustrante no ser capaz de hacerlo. Si lo haces como persona que simplemente ama leer, tampoco es sencillo. Cada mes aparecen muchísimos libros a los que parece imposible seguirle el ritmo.
¿Quiere esto decir que deberíamos abandonar las novedades o echar freno al ritmo? No, no exactamente. Yo misma que estoy escribiendo esto amo las novedades (tanto como para hacer listados emocionados con la temporada de otoño) y entiendo que las novedades son una pieza fundamental en la estrategia de marketing de la industria editorial. Es, al final, el tirón de lo nuevo lo que nos lleva a entrar en las librerías para ver qué ha llegado y es el poder de la novedad el que hace que se hable de libros en medios.
Las novedades editoriales tienen su papel y razones de su existencia, lo que reivindica esta columna no es su muerte o desaceleración sino el que nos demos permiso para darle igual de importancia a los libros de fondo.